Las mujeres solemos escribir triste: teoría literaria feminista en México

Las mujeres solemos escribir triste: teoría literaria feminista en México

Por Maricela Valdez


La literatura creada por mujeres ha demostrado ser digna de valoración artística: precisa crearla, leerla o estudiarla. Pero esta valoración también lleva consigo el deber de cumplir con una serie de cánones creados a través del tiempo por colectivos e instituciones. Esto en el caso de la literatura que forma parte de las artes más antiguas y conoce su apogeo en tiempos  diferentes, donde el sometimiento de las mujeres: social, política, económica y culturalmente; era mucho mayor o absoluto. Por lo tanto, se puede deducir que dichos cánones se generaron de manera androcentristas, es decir que otorga el poder de la visión y referencias masculinas como el centro  del mundo y en este caso de la expresión artística escrita. Todo esto obligó a las mujeres que sentían un deseo por incursionar en un papel activo en la creación literaria a traducir su narrativa a una experiencia ajena, que no les pertenecía, ya que los criterios fundados por hombres se aplicaban a ellas a pesar de carecer de dicha identidad. Esto, las empujó a plasmar conductas machistas en lo que escribían, comenzando así con una tradición narrativa que atraparía a las mujeres escritoras en un patrón que, ya incluso de manera inconsciente o autómata, introducirían un pensamiento que fomentaría un sistema  pro patriarcado por siglos en sus libros.

Porque no es hasta la primera mitad del siglo XX que personas dedicadas a la antropología y a la sociología colocan un nuevo termino sobre la mesa: el concepto “género”. Este descubrimiento llevó consigo un cambio de perspectiva en lo que por años significó ser mujer u hombre en la sociedad, se  desmentía  la idea de que la conducta humana venía ya implícita en los genes y se descubría que esta era aprendida por medio de nuestras experiencias a lo largo de los años. El género se comprendió como una construcción social y no un rol natural, dejando claro que mujer se hace no se nace. Los roles asignados y los adjetivos que venían sujetos a los sexos, fuerte/débil, violento/delicada, trabajo/hogar,  no tenía una justificación científica, no era algo que no pudiera cambiarse y no existía nada que obligara a las mujeres a seguir por un camino de desventaja que por tantos años se les impuso. Con estas nuevas ideas y conceptos viene consigo la responsabilidad de reconocer que por ende el arte posee visibles marcas de género tanto las personas que crean como las que evalúan ya que esto conlleva que estos seres han tenido experiencias diferentes. Aunque hay aún quienes apoyan que el arte no debe tener en consideración al autor ni su identidad sexual es innegable que al expresarnos pasamos a convertirnos en mentes y cuerpos sexuados y eso debatía el hecho de considerar  el proceso creativo de la mujer como inferior solo porque este era diferente a lo ya establecido. 

La importancia de reconocer esta característica como parte de la teoría literaria dio lugar a un nuevo campo de estudio desde la perspectiva de género que se fue construyendo a lo largo del siglo XIX y a principios del siglo XX a la par del movimiento por el cual adoptó el nombre: la teoría critica literaria feminista. Esta genera un contradiscurso y en sus comienzos como cuerpo teórico pretendió visibilizar y redescubrir en textos anteriormente escritos, tanto por hombre como mujeres, la reproducción y normalización constante de la opresión de esta última y el monopolio del pensamiento binario. Posteriormente ampliaría su labor a la investigación; descubriendo el simbolismo en la escritura de las mujeres y una tradición a partir de una perspectiva femenina, además de aumentar la conciencia sexual del estilo y la política del lenguaje. 

Cuando se habla de pioneras en esta teoría se puede hacerse referencia a textos como: Sexual Politics (1977) de Kate Millet y Literary Women (1985) de Ellen Moers. Pero cabe señalar que este tipo de pensamiento se puede ver ya reflejado en textos clásicos anteriores como Una habitación propia (1929) de Virginia Wolf o El segundo sexo (1949) de Simone de Beauvoir o incluso en la recopilación de ensayos de Mujer que sabe latín de Rosario Castellanos (1984). Aunque estos proporcionan una visión propia de las escritoras respecto a identidad de género y literatura, no pueden considerarse propiamente como teoría literaria feminista debido a las bases de investigación faltantes para generar una hipótesis solida.

La primera vez que esta teoría toca tierras mexicanas es de la mano de la cubana Aralia López, cuando decide establecer en 1984 un Taller sobre Narrativa Femenina Mexicana en el marco del Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer de El Colegio de México. Es ella quién señala las tres oleadas de escritoras que veremos a continuación, quienes comenzarían con la tradición de compartir la cosmovisión que dio inicio en México la novelística femenina a partir de 1950, y que aunque a pesar de la producción constante y consistente de escritoras como Juana Inés de la Cruz, no se logra notar una gran diferencia al estilo masculino sino hasta la llegada a la escena de Rosario Castellanos.

Su obra genera un movimiento en la abalanza, desnaturaliza estereotipos femeninos de la clase media mexicana de su época, destruye la jerarquía y la construcción social del género, dando así inicio a su propia utopía. Y aunque sus colegas contaron con autoconciencia femenina, aun carecían de compromiso feminista y castigaron a sus personajes transgresores con la soledad o locura por intentar liberarse. Dichas características se encontrarían también entre sus contemporáneas nacidas entre 1910 y 1920 (es importante tener este dato en cuenta ya que habla de la sociedad donde crecieron) y que publicarían entre los años 1950 y 1960 como la que sería, junto con Juan Rulfo, fundadora del realismo mágico: Elena Garro. Pero dicha revolución no las dejó escapar intactas, las criticas no se hicieron esperar de parte de los sus colegas que no estaban acostumbrados a un estilo femenino y que redujeron al trabajo de Rosario ocasionó que la tacharon a ella y a sus escritos como un desborde de quejas a través de emociones injustificadas o en palabras de José Joaquín Blanco: una plañidera. El caso de Elena va más allá de la critica textual y pasa al lado de lo personal, rara es la ocasión donde podemos escuchar su nombre sin el acompañante del titulo de “la ex esposa de Octavio Paz”. Y es que el acompañamiento constante de la alargada sombra de su marido y su tormentosa relación lograron que, durante su vida, no se le concediera el reconocimiento merecido durante sus años de apogeo literario, y que incluso después de su silencio y exilio de diez años, recibiera burlas de parte de la prensa que no fue igual de dura con Paz y demostrando la inclinación de los medios para fomentar la narrativa de una mujer villana y malagradecida. Todo esto  fomentó su desolación y la condenó a la oscuridad apartándose ella misma del mundo que alguna vez la había inspirado a crear. No sería hasta después de su muerte que le otorgaron flores y laureles a sus obras, que la revindicarían, en la actualidad la colocan junto a Juana Inés de la Cruz y alegan su anticipación al genio de García Márquez, demasiado tarde para corregir sus penas en vida.

En igual nivel femenino de libertad pero esta vez generada por el trabajo se encuentran los personajes de las autoras nacidas a finales del siglo XIX y que publican entre 1910 y 1940, como Ana Mairena, Maria Enriqueta Camarillo y Neille Campobello. Sus historias cuentan experiencias de mujeres que se niegan al matrimonio o maternidad, pero que al fin (como en la generación pasada) terminan castigando a las transgresoras, sometiéndolas por familiares en el hogar como lo  dijo Patricia Rojas en una entrevista para Exelsior en 2016: “Es decir, el tema de la crueldad genérica de una manera o de otra se manifiesta en la escritura de las mujeres transgresoras, aquellas que crean espejos en sus obras para deconstruir los roles humillantes y opresivos impuestos a las mujeres en las sociedades misóginas y sexistas”. Maria Enriqueta Camarillo o Iván Moszkowski, el seudónimo masculino bajo el cual tuvo la necesidad de publicar sus primeros dos libros de poemas, se ganó un año después el suficiente reconocimiento como para ser reconocido como una mujer por sus contemporáneos como Rubén Dario colocándose dentro del Modernismo Hispanoamericano. Colaboró y fue parte del cuerpo de redacción en una revista feminista de nombre “La Mujer Mexicana” (1904-1906) que aunque conservadora, tenía la intención de ser escrita exclusivamente por mujeres y buscaba tener como lectoras a sus iguales. La mayoría de sus escritos son de carácter autobiográfico sobre sus experiencias en la niñez en Coatepec, Veracruz, debido a el autodescubrimiento de su persona e historia; que están contenidas en Los irremediable, volumen de cuentos (1927).  A pesar de las circunstancias que la orillaron a verse en la necesidad de esconderse por muchos años, logra vencer los obstáculos de su época. 

No es hasta las autoras nacidas en los años 30 y 50, que publicaron entre 1970 y 1990 que se nota un cambio mayor; con una narrativa que se caracterizaría por liberar sus textos de imágenes masculinas y transcribirlas a femeninas, una escritura de mujeres para mujeres. Las experiencias en la sociedad y en su núcleo familiar, aunque no idóneas, las ayudaron a construir una nueva identidad. Entre las que se encuentran Elena Poniatowska, María Luisa Mendoza, Angeles Mastretta y Laura Esquivel.


Bibliografía

Bautista, Virginia. (2016, 8 marzo). Literatura femenina “Pasó de moda”. Excelsior. Recuperado de https://www.excelsior.com.mx/expresiones/2016/03/08/1079508

Meza Márquez, Consuelo. (2000). La utopía feminista: Quehacer literario de cuatro narradoras mexicanas contemporáneas (Ed. rev.). Aguascalientes, México: Universidad Autónoma de Aguascalientes.


Maricela Valdez

Maricela Valdez Alvarado nació en Mazatlán, Sinaloa en 1998 y es estudiante de la licenciatura en lengua y literatura de Hispanoamérica en la Universidad Autónoma de Baja California. Actualmente está realizando sus prácticas profesionales en el Colegio de la Frontera. Maricela es escritora del género de ensayo y su obra se centra comúnmente en el Feminismo y la teoría de género.

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