De imaginarios lingüísticos colonizados

De imaginarios lingüísticos colonizados

Por Liliana Lanz Vallejo

Nuestra percepción de la realidad ha tendido a ser domesticada a partir de la estandarización del saber, divulgada, por ejemplo, mediante la escuela, la academia e instituciones como el Estado y la Iglesia. Y, en realidad, conviene mucho que sea así. Facilita la comunicación, el llegar a acuerdos y la toma de decisiones conjuntas, en aras del bien común; pero, por otra parte, nos hace vulnerables a la manipulación por intereses de poder que pueden pasar desapercibidos. En muchas instancias, los esquemas de interpretación que la cultura nos ha heredado vienen de una tradición centenaria que ha fracasado en renovarse y mantenerse vigente o aplicable a una realidad que resulta mucho más dinámica, vital e impredecible de lo que nuestro sentido común, domesticado, ha aprendido a percibir. 

Si bien yo aquí hablo de una “domesticación” de la percepción de la realidad, otra comunidad de especialistas remitirán, de manera más concreta y lúcida, a una “colonización” de nuestra mirada, conocimiento y pensamiento, porque ha sido el resultado histórico de intereses políticos y económicos eurocéntricos:

[El eurocentrismo] Se trata de la perspectiva cognitiva producida en el largo tiempo del conjunto del mundo eurocentrado del capitalismo colonial / moderno, y que naturaliza la experiencia de las gentes en este patrón de poder. Esto es, la hace percibir como natural, en consecuencia, como dada, no susceptible a ser cuestionada (Quijano, 2014, p. 287).

Pues bien, un ejemplo paradigmático de ello es cómo concebimos y apreciamos la lengua. El cómo entendemos conceptos como “el español”, “el inglés”, “la literatura”… Comúnmente, cuando pensamos en “la lengua”, la imaginamos como un sistema discreto, delimitado por fronteras abstractas pero reales y “claras” que la hacen distinguible de “otras lenguas”. Bajo ese supuesto, entonces pensamos que una lengua se puede “contaminar” con la influencia o la “invasión” de elementos “ajenos”, como aquellos que pertenecen a “otras lenguas”. Y también bajo ese mismo supuesto, algunas personas o instituciones se asumen a sí mismas como defensores de la lengua, abogando por su purismo y apego con una tradición que, siendo objetivos, es muy difícil de determinar con precisión. Hay personas que la relacionan, por ejemplo, con periodos de auge artístico, como el boom latinoamericano o el Siglo de Oro español (que no se habrían dado como tales sin un impulso político y económico que favoreció su emergencia, florecimiento y prosperidad), y quienes lo tienen todavía menos seguro recurren a los diccionarios y las gramáticas, como los de la Real Academia Española, para un mayor marco de referencia que consideran legítimo y prestigioso. Sin embargo, la realidad de la lengua es mucho menos homogénea, ordenada y discreta de lo que nos han hecho creer.

Entrevista de Samoset con los peregrinos, 1853.

La lengua es, y aquí acudo a una metáfora, materia viva. Y es imposible que se mantenga estática: el uso de la lengua por sus hablantes, en sus muy diferentes contextos y propósitos, es lo que la mantiene vitalizada y en constante renovación. Podemos decir así que la lengua es un patrimonio cultural que se transmite y al mismo tiempo re-construye de generación en generación. La lengua no solo evoluciona a lo largo del tiempo (diacronía), sino que también varía en el espacio (diatopía). Una lengua no solo ha cambiado muchísimo a lo largo de los años a través de su historia, sino que también tiene maneras muy diferentes de ser utilizada por personas de diferentes comunidades. A su vez, las lenguas coexisten en el espacio geográfico con otras lenguas, lo que da pie a un dinamismo intercultural y translingüístico. Por ejemplo, así como se dan casos de espanglish en la franja fronteriza México-Estados Unidos, también se da el portuñol en la franja fronteriza de Uruguay y Brasil o el español yucateco, con sus fuertes influencias del maya. La diversidad de una lengua se manifiesta en sus muchísimas maneras de expresión, o sea, sus múltiples variantes dialectales; pero como sistema, la lengua es sustraída de esa diversidad y contenida en una unidad heterogénea, pero inteligible, y de límites difusos con otras lenguas. El hecho de que nuestro sentido común identifique el español con una norma estandarizada y de límites discretos, más que remitir a una realidad de nuestra cotidianidad lingüística, aspira a ciertos referentes de prestigio y poder que nos han sido heredados, producto de nuestra trayectoria de dependencia subjetiva de la colonialidad. Quien pretenda “defender” el purismo de la lengua (que, como he tratado de ilustrar, su existencia es muy cuestionable), en realidad lo que está defendiendo es el mantenimiento de jerarquías sociales, estructuras de poder y el acceso desigual al consumo y producción del conocimiento.

Muestra de nuestra visión colonilizada de las lenguas es el hecho de que una gran cantidad de personas asume que a cada nación le corresponde (o le debe corresponder) una sola lengua. Cuando doy clases de lingüística, me gusta preguntar al alumnado cuántas lenguas creen que existen en el mundo. La mayoría me da un número aproximado de 200, haciendo el estimado de que debe existir el mismo número de lenguas que de naciones en el mundo. Pero sus cálculos se quedan muy cortos, pues alrededor del mundo existen actualmente 7,117 lenguas diferentes (Eberhard, Simons, et al., 2020); el 40.71% de ellas están en peligro de extinción y solo el 8.06% cuentan con algún tipo de reconocimiento institucional, ya sea gubernamental, educativo o mediático (Eberhard et al., 2019). Ante este escenario de innegable diversidad lingüística, ¿por qué hemos mantenido una visión tan limitada de la lengua? En primera instancia se lo debemos a las estrategias político-económicas de las que se valieron los gobiernos imperialistas para conformar nuestro imaginario del Estado-nación. En segunda, y como mecanismo de la primera, se lo debemos también al papel de la imprenta en el desarrollo de la cultura escrita y el capitalismo (Anderson, 1997).

Massasoit y el gobernador John Carver fumando la pipa de la paz; antes de 1898.

La concepción monolítica y monolingüe que tenemos de la lengua se ha construido a raíz de la Ilustración, a partir de la Revolución Francesa, y se consolidó en la Europa Occidental alrededor del siglo XVIII (Canagarajah, 2013; Heller, 2007). Parte muy importante de los elementos ideológicos que conformarían estos supuestos partió de propuestas filosóficas que lograron equiparar la lengua con el espíritu, los valores y pensamientos de una comunidad cuyos anclajes de experiencia se encontraban atados a un territorio determinado (Canagarajah, 2013, p. 20). Un ejemplo de estos discursos filosóficos fue la triada herderiana, propuesta por el alemán Johannes Gottfriend Herder, de lengua-comunidad-lugar. Esta triada permitió atar la noción de lengua a comunidades particulares como parte de su esencia única que además la distingue de otras comunidades; también facilitó la justificación de que, para que una comunidad prospere en un lugar, deberá implementar el uso de su propia lengua (Canagarajah, 2013, p. 21). En otras palabras, abonó a los discursos que otorgaron validez y legitimidad (más allá del discurso religioso) para la colonización cultural, lingüística y epistemológica de los territorios conquistados. Posteriormente se asumiría que, si la lengua es parte esencial de una comunidad, también debía serlo del sistema cognitivo de los individuos que conforman esa comunidad. De ahí el supuesto simplista de que, a mayor complejidad de la estructura lingüística, mayor complejidad del pensamiento y las habilidades cognitivas de la comunidad de hablantes. 

Ya en el siglo XX, la noción de lengua como sistema cobró popularidad por el movimiento estructuralista que tomó vuelo después de la publicación póstuma del Curso de lingüística general, de Ferdinand de Saussure. Su propuesta fue muy pertinente y relevante para la modernización de la lingüística como ciencia, pero muy a pesar de que el propio Saussure hizo un llamado a considerar el habla como agente de cambio en la lengua, el movimiento estructuralista y la lingüística posterior llevaría a centrar su atención en la lengua como sistema inmanente y autocontenido en sí mismo y olvidar el papel de quien enuncia. Esta visión se ha mantenido hasta nuestros días. Por ejemplo, la lingüística todavía conserva una perspectiva monolítica sobre la lengua, como si el monolingüismo fuera la norma y el bilingüismo un caso excepcional reservado para un área separada o subordinada a la lingüística, en los estudios de multilingüismo y contacto lingüístico, a pesar de que más de la mitad de la población mundial es bilingüe (Grosjean, 2010).

El segundo factor a considerar es la imprenta y su auge a partir de la reforma y el protestantismo.

Lo que, en un sentido positivo, hizo imaginables a las comunidades nuevas era una interacción semifortuita, pero explosiva, entre un sistema de producción y de relaciones productivas (el capitalismo), una tecnología de las comunicaciones (la imprenta) y la fatalidad de la diversidad lingüística humana. […] no había ninguna posibilidad de la unificación lingüística general entre los hombres. Sin embargo, esta mutua incapacidad de comprensión tenía apenas una importancia histórica ligera antes de que el capitalismo y la imprenta creara grandes públicos de lectores monolingües (Anderson, 1997, pp. 70–71).

Así, la distribución y comercialización cada vez más masiva de ediciones populares permitió “capturar” a la lengua en papel, lo que contribuyó a sedimentarla en su forma moderna y a forjar su imagen de antigüedad. Estos factores ayudarían también a consolidar la idea subjetiva de la nación (Anderson, 1997, pp. 72–73).

En el contexto latinoamericano, además, tenemos el papel de la Real Academia Española, fundada en 1713 con el objetivo de fijar la lengua española, motivada primero por el principio del casticismo y, a finales del siglo XVIII, en el purismo, mediante la elaboración de diccionarios y gramáticas (Cifuentes G. & Ros R., 1993, p. 138).  Este respaldo institucional resultaría también determinante en nuestra percepción de la lengua como unidad pura y símbolo representativo de nuestra nación y patria. 

No es de extrañarse entonces que nuestra percepción de la naturaleza de la lengua responda a supuestos hegemónicos un tanto alejados de su realidad orgánica y dinámica, en la que su manifestación solo es posible a partir del uso cotidiano de la comunidad de hablantes. Se pudiera argumentar que esto es un efecto inocuo de nuestra cultura, fruto de una rica tradición que es el eco de nuestra historia, gozosa y no gozosa. Por supuesto, pero aceptarlo acríticamente se presta, como ya se ha prestado, a ignorar y desplazar prácticas no canónicas con el lenguaje, a imponer una sola forma de acceder al conocimiento y a la cultura escrita como la única legítima y, lo que a mí más me preocupa, a limitar nuestra mirada sobre el cómo debemos estudiar, valorar y apreciar la lengua y sus hablantes. Adoptar una mirada crítica no representa romper, desechar ni desdeñar nuestra trayectoria histórica con la lengua, sino ampliar nuestras posibilidades hacia nuevas trayectorias, de reconocimiento a la diversidad lingüística, al dinamismo activo de todas nuestras prácticas escritas, orales y cibernéticas con el lenguaje, y a la validez y relevancia de todas nuestras muy diferentes formas de crear conocimiento y cultura.


Bibliografía

Anderson, B. (1997). Comunidades imaginadas: Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Fondo de Cultura Económica.

Canagarajah, S. (2013). Translingual Practice: Global Englishes and Cosmopolitan Relations. Routledge.

Cifuentes G., B., & Ros R., M. del C. (1993). Oficialidad y planificación del español: Dos aspectos de la política del lenguaje en México durante el siglo XIX. Iztapalapa. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, 29, 135–146.

Eberhard, D. M., Simons, G. F., & Fennig, C. D. (2019, junio 4). How many languages are endangered? Ethnologue. https://www.ethnologue.com/guides/how-many-languages-endangered

Eberhard, D. M., Simons, G. F., & Fennig, C. D. (2020). Ethnologue: Languages of the World (23a ed.). SIL International. https://www.ethnologue.com/

Grosjean, F. (2010). Bilingual: Life and Reality. Harvard University Press.

Heller, M. (Ed.). (2007). Bilingualism: A social approach. Palgrave Macmillan.

Quijano, A. (2014). Colonialidad del poder y clasificación social. En Cuestiones y horizontes: De la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder (pp. 285–327). CLACSO. http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20140506032333/eje1-7.pdf


Imagen

Adaptado de Entrevista de Samoset con los peregrinos[Grabado en libro], 1853, Wikimedia Commons, 2015, (https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Interview_of_Samoset_with_the_Pilgrims.jpg).

Adaptado de Massasoit y el gobernador John Carver fumando la pipa de la paz[Grabado en libro], The Sutro Library, antes de 1898, Wikimedia Commons, 2006, (https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=751779).

Adaptado de Native American Dancer[Fotografía], por Lloyd Recor, 2006, Flickr, (https://flic.kr/p/xj5RM).


Liliana Lanz Vallejo
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Es doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Estudios Regionales por El Colegio de la Frontera Norte, maestra en Lingüística aplicada por la Universidad de Guadalajara y licenciada en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la Universidad Autónoma de Baja California. Sus líneas de investigación tienen con el bilingüismo español-inglés en la frontera México-EUA, la comunicación intercultural e intergénero, la cortesía verbal, la mercantilización del lenguaje y la comunicación en Internet.


La Lengua de Sor Juana es una revista bimestral del Centro de Posgrado y Estudios Sor Juana ©. Av. Las Palmas 4394, Las Palmas, 22106 Tijuana.

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