Elena Garro
Querida Gabriela, me dices, que escriba mi biografía personal: es muy fácil. Mi derrota no se debe a mi educación, ni a mi tendencia a depender del marido, sino a lo ¡contrario! Mira, mi padre me enseñó a ser independiente. Desde niña supe por él, que la única manera de ser independiente era logrando la independencia económica, por eso fui a la Universidad, en un tiempo en que era un deshonor que una joven bien educada frecuentara ese lugar. En el bachillerato éramos siete muchachas y tres mil muchachos.
Estudié Letras en la Facultad de Filosofía y Letras, también estudié Ballet y a los 16 años era la coreógrafa del Teatro Universitario que entrenaba en Bellas Artes. Desde entonces, salí en los diarios como una niña prodigio. Intelectuales, como Xavier Villaurrutia, Rodolfo Usigli, Salvador Novo, que eran mayores, tenían un tienda de arte: “Hipocampo” y me llamaron para que colaborara con ellos. En ese tiempo, Paz era un oscuro estudiante destripado, pues no terminó la carrera de Derecho. Él había publicado dos poemas MUY MALOS, en una revista estudiantil y había tenido un escándalo mayúsculo, por Carlos Pellicer, que le dedicaba poemas y de quien era muy amigo. Lo acusaron de ser amantes.
Yo no sabía, pues no sabía que había homosexuales. Me hizo la corte escandalosamente. Yo no quería casarme, era muy feliz, pero él es un perseguidor, de profesión. Así como ahora me persigue con calumnias, antes lo hizo con escándalos amoroso. Hasta sus amigos me dijeron que no me casara con él. Pero en cada esquina, estaba el señor Paz, con un ramito de camelias para mí y al llegar a mi casa, encontraba sus cartas con un amor amenazador.
Le pedí a mi padre, que me metiera en un convento para librarme de él. Y mi padre fue a Puebla a gestionar mi entrada, pues en ese tiempo sólo había conventos clandestinos en México. Debes saber que mi padre, era sólo un emigrante español, sin INFLUENCIAS y que Paz pertenecía a una familia de políticos, y que México siempre fue México.
Una mañana antes de entrar a clases, me esperaba en la esquina de la Universidad con sus amigos: me llevaron a tomarme unas fotos de cinco minutos y luego a un juzgado, me aumentaron la edad y me casaron. Escondieron mis libros debajo de la escalera del Juzgado. Después, fue la catástrofe. Mi padre se enojó conmigo, yo no quise irme a la casa de Paz y me quedé en la mía muchos días. Paz amenazó. Me acusaba de abandono de hogar. Por fin me fui a su casa, para enfrentarme con su madre, que usaba un kimono japonés hecho garras, que me insultaba de día y de noche delante de su familia. ¡Qué familia! Dedicada a falsificar licores, gordos soeces, que decían: “Esta tiene cara de institutriz alemana”, “¡feísima!”.
En tres semanas de casada perdí ocho kilos. Me encerraron en la casa que tenía rejas altísimas y yo no podía ver a “ese viejo”. Era mi padre, el viejo. Ni a ningún amigo o amiga. La casa era enorme y sombría: las criadas hostiles y en la mesa gigante, ni Paz ni su madre me dirigían la palabra sino para insultarme.
Una vez me salté la reja y me fui a mi casa. Paz armó tal escándalo, que mi familia dijo que no estaba allí. Amenazó a mi familia con aplicarle el artículo 33 (el de la expulsión de los extranjeros). Para evitar más dificultades a mi padre y mis hermanos que eran casi niños, me volví a la casa de Paz en la noche. Me quedé sentada en la estación del tranvía hasta las dos de la mañana, para tirarme, pero un sereno me dijo que el tren próximo venía hasta las cuatro de la mañana. Y se quedó conmigo, pues sintió peligro. Entonces me fui a la casa de Paz. De ese episodio trata “Parada empresa”. Así se llamaba la parada del tranvía cerca de la casa de Paz.
A los dos años de casada, como no me daba un centavo, empecé a trabajar de periodista. El quemaba billetes viejos en la Comisión Nacional Bancaria y no ganaba casi nada. Su madre se quedó con la casa y se casó con un primo suyo, José Delgado. (El padre de Paz se había suicidado un tiempo antes). Desde entonces trabajé, le hacía sus artículos para “El Popular”, que luego él corregía, para ponerles “el polvo de oro”. Yo hacía los míos. Hice un reportaje, para la Cárcel de Menores, me dejé aprendeher, como una delincuenta y estuve en la cárcel varios días y logré que destituyeran a la directora Isabel Farfán Cano que robaba, tenía sótanos de castigo, era lesbiana y azotaba a las presas. ¡Fue sensacional! Lo anunciaban en los muros de la ciudad. Me pagaron muy bien y compré muebles para la casa.
Después, ayudé a Paz a conseguir una beca en Berkeley, pues con nuestro dinero hacíamos una revista literaria “Taller” en la que naturalmente no figuraba mi nombre, aunque yo pagara, corrijiera pruebas y tradujera.
Por temporadas mi suegra me declaraba tísica, y entonces había largos períodos de encierro. Ella estaba casada, pero venía TODOS los días al departamento que teníamos o a la casa de mis padres a la que nos habíamos mudado. Ella mandaba la comida desde su casa, la ropa se lavaba en su casa y ella llevaba el gasto, porque yo ERA MUY DESPILFARRADA. En Berkeley, Paz me prohibía ir a la Universidad. Como su beca era muy corta, me metí de criada. Pues NO QUERIA llevarme a ningún sitio, ni quería darme un centavo. Cuando se acabó la beca, me mandó a México a vender ropa americana. No vendí la ropa, no pude. Pero fui a ver a Ezequiel Padilla entonces Ministro de Relaciones y le conseguí el puesto de diplomático.
Mientras, trabajé como periodista y cubrí la Conferencia de Chapultepec, fui ayudante de Nelson Rockefeller, pues yo trabajaba como periodista americana, cosa que mataba de rabia a mis colegas mexicanos. Le mandaba el sueldo a Paz. Todavía tengo los recibos del telégrafo. Cuando lo nombraron en Relaciones varios meses después, me dijo que no volviera a Estados Unidos, que me quedara con su madre. No obedecí, y me fui a trabajar a Nueva York. Allí trabajé también como periodista en el Comité Judío Americano. Paz me escribió de San Francisco, quejándose: su sueldo era miserable y quería ir a Nueva York.
A través de Concha Albornoz le conseguí un curso en Middlebury Vermont. ¡Bien pagado! Con su puesto de diplomático y ese curso empezó a ganar dinero para él. Yo me quedé en N. Y. Me llamó a Vermont con urgencia. No quería ir para no perder mi trabajo. Él armó un escándalo. Me fui. Al llegar lo encontré de divo con Guillén, Fernando de los Ríos. Y la joven chilena Carmen Figueroa. A los diez días me echó. Me fui con siete dólares a N. Y. y sin trabajo, pues antes había renunciado. Había perdido mi cuarto (era la guerra y no había habitaciones). Y no tenía que comer. Reconquisté mi trabajo en el Comité.
En 1945 a Paz lo trasladaron a París y me dejó. Después me ordenó ir a París con urgencia. Me fui. Sus órdenes siempre eran escalofriantes. En París, me hice amiga de mucha gente de teatro y literatura y se la presenté: por ejemplo: Benjamin Peret, el amigo íntimo de André Breton. A través de Benjamin, QUE NO QUERIA A PAZ, lo presenté con Breton.
Allí, también trabajé en traducciones y haciendo pequeños trabajos en el cine, pues en México, ya había hecho varias películas, como escritora o correctora de guiones y de diálogos. Me estaba prohibido el trabajo de creación. Te cuento esto para mostrarte que siempre trabajé, y que Paz nunca me dio dinero. El pagaba el gas, el diario, la electricidad, para que por mis manos no pasará un centavo. Por ejemplo: me llegaban invitaciones para las exhibiciones de modas. Yo iba, pero no compraba nada. Pero como tenía talla manequí, me prestaban los modelos para ir a las recepciones. Entonces Christian Dior, me quiso dar empleo de modelo y Paz armó un escándalo terrible. Paul Chandourne, un gran amigo mío, no entendió a Paz.
En 1951, cuando Paz se fue a la India me dejó llena de deudas y SIN UN CENTAVO. Helenita tomaba clases de Ballet gratis con Madame Vronska, una antigua condiscípula de Pavlova. Bueno, esto es en el aspecto económico. En cuanto al aspecto familiar, íntimo, las cosas eran más oscuras.
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