Del tapiz de mi vida. (Fragmento)

Del tapiz de mi vida. (Fragmento)

Ma. Enriqueta Camarillo


Siete años contaba yo, quizá.

—Toma, pequeña— me dijo una mañana mi madre, acariciándome el cabello y dándome un papel, en el que reconocí su letra—.Es éste un breve consejo que acabo de escribir. Estúdialo frecuentemente, medítalo y guárdalo contigo para siempre.

Con gran reverencia tomé aquel papel, y después de besarlo, me fui hacia el fondo del jardín para leer en silencio esos renglones. (Los conservo aún con respeto, porque tienen para mi corazón el sabor de los del Kempis). Hélos aquí:

Huye de las malas compañías, pues no podrán traerte bienes, sino perjuicios.

Si vas por la calle con un mal compañero, cuando a éste se le ocurra lanzar una piedra contra alguien, parte de la culpa recaerá sobre ti, o acaso la culpa entera, porque el malvado fácilmente encuentra ardides para escapar al castigo, arrojando la falta sobre los demás.

El bueno pierde siempre andando con el malo; y si no rehúye su compañía, puede estar seguro de que acabará por contagiarse de los defectos que ve continuamente en él.

Dime con quién andas (reza la sentencia) y te diré quién eres. 

No busques, pues, amigos perversos, para que no te llamen perverso a ti también.

Anda con los buenos, para que a tus ojos y a los ojos de los demás tengas fama de bueno.

Óyelo bien: quien anda con los buenos, sin resentirlo, sin proponérselo, toma ejemplo de ellos y adquiere cualidades.

Sadi, poeta persa que floreció en el siglo XIII, explica, por medio de un bellísimo apólogo, la influencia que ejerce en nosotros la compañía de personas probas. “Paseando un día, dice, vi a mis pies una hoja seca que exhalaba un suave olor. Tomándola tiernamente y aspirándola con delicia, le pregunté:

— ¿Eres algún pétalo de rosa? Tu fragancia te delata.

—No— me respondió—, no pertenezco a esa flor, más he vivido algún tiempo junto de una hermosísima rosa, y de allí viene el perfume que esparzo.”

No lo olvides, pues. Únete a los buenos para hacerte mejor, para que te alcance su atmósfera sana y tranquila.

Con la compañía de un bueno la vida se ennoblece.

Mis siete años se exaltaron al leer todo esto.

Con ciega obediencia medité aquel consejo de mi madre. Era preciso andar solamente con los buenos. . .

Dirigí la mirada para observar mentalmente a mis amigos, y ya me preparaba a eliminar de mi amistad, por lo menos a las tres cuartas partes de ellos, cuando advertí, pasado el primer ímpetu y después de un sereno estudio, que la aplicación del consejo, en este caso, debía tomarse a la inversa; era preciso, pues, que yo me volviera “niña buena”, tanto para evitar así que mis camaradas se contagiasen de mis defectos reprobables, como para llegar alguna vez a parecerme en algo a la hermosísima y fragante rosa del poeta Sadi. 


Robles, M. (1983). La sombra fugitiva. Escritoras en la cultura nacional. Tomo I. UNAM.

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