Páginas arrancadas.(Fragmento)

Páginas arrancadas.(Fragmento)

Antonieta Rivas Mercado


Pasa una cosa horrible. Me estoy ahogando. Me duele todo. Ya no quiero llorar, ya no. Todo parece inútil. ¿Cómo fue posible?  Lo que me ha dicho, lo que me dijo. Algo espantoso, que no entiendo, pero que es horrible y vergonzoso, que me tiene prensada. 

Le escribí diciéndole que viniera. Hace tres semanas, cuando se fue al norte. Yo casi lo sabía ya, pero quería estar completamente segura antes de comunicárselo. Fue la mañana que lo acompañé a la estación. Era tempranito, mañana gris, friolenta, suave. Cuando salió el tren sentí ganas de darle una vuelta al bosque, mi bosque de ensueño. Y allá brotó mi seguridad, porque me sentía tan ligera y dichosa. En voz bajita me confesó que era porque él se había ido, porque estaba yo sola, porque con él no era feliz. No es cierto, no puede ser cierto porque no lo es; si ya se lo dije y repetí, hasta se lo juré. Le dije rectamente; ya no te quiero; por favor, quiero que nos separemos. Si duele, perdóname, pero no soy feliz contigo. Y por contestación se le fue cargando el semblante de rabia, se puso en pie y amenazando me dijo: tú ya tienes un amante. 

Yo no tengo amante ni nada. Si lo que sucedió es simplemente que ya no te quiero. Déjame, le grité, me haces daño. Me había cogido por las muñecas como para echarme al suelo. Tú me engañas, me has engañado. Y se paseaba como fiera por la habitación, y las cosas que caían en sus manos las deshacía, y un almohadón, el de encaje inglés que yo hice, lo aventó contra el suelo. Temí que se desgarrara. Pero eso no es cierto, le decía yo, es mentira, ¿quién te lo ha dicho? Tú. Y me veía. Yo no te he dicho eso, yo no tengo amante, tú bien lo sabes; ya no te quiero, eso es todo. Quiero que nos separemos, no me haces feliz. Seguía yo con mi lloro. Se volvió a mí airado y murmuraba entre dientes: ponerme en ridículo, a mí, engañarme, vamos a ver, esas amistades, tus lecturas. Dime la verdad. Yo con la cabeza asentía espantada. ¿Quién es tu amante? Para contestarle yo había procurado contener mis sollozos, pero al oír que volvía a lo mismo, sin responder, seguí llorando. ¿Por qué no me creía?, si le decía la verdad. No hay modo de que me crea, no me quiere creer, es malo. Se me había olvidado rezar, pero si hoy rezo me voy a morir. ¿Por qué no me muero? Si me muriera se arrepentiría de las cosas que me ha dicho. Oigo sus pasos, pasos que en otro tiempo me hicieron temblar de esperanza, y hoy anuncian su presencia, su contacto, ¡qué horror!

Lunes 9

Ha pasado una semana sin horizonte. Él nada tiene que hacer. Día y noche me persigue con sus palabras que son ganchos, que son arpones. Cómo se lo quise explicar pero no me oía. Solamente se oye a sí mismo, y lo que no embona en su pensamiento cae. Yo ya no estoy sabiendo cuál es la verdad. Porque la mía, clara cuando me quedo quieta, se vuelve como agua agitada cuando él pregunta. Por momentos estoy tan cansada que tengo el impulso de darle un nombre, para que ya no me pregunte más. Pero no puedo, porque no es verdad. Le dije la verdad.  No está bien que un hombre y una mujer cuando ya no se quieren, sigan viviendo juntos. La unión de los cuerpos debe ser la de las almas, y la mía no va a ti. Aquellas tres semanas que estuve sola, qué bien dormía, desde una orilla de la noche hasta la otra;  mi cuerpo solo, fresco. Ha vuelto y con él una prisión más dura. El martilleo de sus preguntas. Dice que le miento, que le engaño, que quién es mi cómplice. Qué palabra más fea. Yo que creí a pie juntillas que una sola palabra mía bastaría para que me dejara en paz. Porque cómo que me quería tanto sabía que le iba a doler. Pero se empeñaba en repetir que mi felicidad era su única preocupación. Por eso fui derecho a él y le dije, sin preparar el terreno, ¿qué mayor preparación que su amor?, es necesario que nos separemos porque contigo no soy feliz. Ni siquiera me dejó terminar, se le volvió la cara fea, oscura, más que de dolor del  bueno, de dolor de rabia, y desde entonces llevo agotada mi fuerza queriéndole convencer de que él se engaña. He tenido que desmenuzarle los días de su ausencia, las noches, hora por hora. Luego, yo me enredo y me dice: ya ves. He llorado tanto que se me borran de la memoria. Entonces para recordar cogí un papel y un lápiz y me puse a hacer una lista, a rehacer, pero me dijo que era inútil, que lo estaba inventando. Yo quería que no quedara un solo hueco en el tiempo, quería soldar los instantes. Dios santo, que me crea o que me muera, ya no puedo más. 

Domingo 11

Anoche quemé mis libros. Una hoguera. Así quemarían a las brujas. France, Remy de Gourmont, Baudelaire, mi Verlaine, los preferidos,  los que yo había mandado empastar. Estaban tan bonitos. No sabe francés, yo se lo estaba enseñando, así que no los puede leer y, sin embargo, dice que son perniciosos, que lo francés está podrido y que corrompe. Primero me los encerró en un baúl negro como un pecado grande, y anoche, ¿era la noche, era la mañana?, ya me había torturado infinitamente hasta exprimirme los huesos, cuando me obligó a traerlos a brazadas. Los amontoné en el jardín, y les prendió fuego. El papel cerrado no ardía, entonces los deshojó. Yo me quise ir. Míralos arder. Qué bonito infierno. Quiero que te quedes. Y me quede haciéndome chiquita, hundiéndome en un rincón donde no me tatemara  el calor. ¡Aquel auto de fe, con mis libros! Los anaqueles quedaron ciegos, les vació las órbitas. Ya que solo quedaron rescoldos y hojas quebradizas planchadas por el fuego, me cogió la barbilla, levantó a fuerza mi cara hasta que su mirada cayó sobre mí. Le vi algo en los ojos y cerré los míos.

Martes 13

Ya no puedo más, tantos días, tantas noches sin dormir. Desvelada en un dolor. Tanto me ha dicho que lo he engañado que me sucede algo extraño, confundir el significado de las palabras, olvidar el sentido de las frases. Una sola cosa sigo sabiendo: que no lo quiero, aunque temo haberlo ofendido profunda, oscuramente. Su presencia es un ardor intolerable. Pero ya no le digo que no le quiero porque tuerce mis palabras. Está como loco. Me mira exaltado, habla solo, escudriña, pisotea, no me quiere dejar sola. Ya no le respondo, pero él clava sus preguntas en un solo punto: ¿qué hiciste tal día?, ¿no viste a fulano? Y llego a dudar si de veras no lo ví. Me prohíbe todo contacto con la gente. He tenido que decir que estoy enferma, recluida. He llegado hasta sentir el vértigo del desmayo. 

Sábado 17 

He querido matarme. Fue vano. Si vivo es por cobardía. No tuve valor. Lo que yo quería, ahora lo veo claro, era escapar de sus brazos. Este yugo, este darse sin amor. Nunca  pensé que fuera esto así. Vivir con un hombre, tolerarlo solo por piedad infinita, bueno, pero que sea con ternura, con paciencia. Pero él no sentía la diferencia. Mi cuerpo era para él siempre el mismo, el suyo para mi no. Cuanto más me oprime más lejos me tiene. Se lo quise hacer ver, pero dice que es mi marido, que soy su mujer. Cuando me posee, cesa de interrogar. Estoy en el tormento. Prefiero que calle. Noche a noche finjo que estoy enferma, finjo que estoy dormida, para poder escapar, pero siempre, a alguna hora terrible, viene a mi lecho. Pero eso no es lo peor. Lo peor es cuando me doy a él, cuando en su lecho o al pie del mío, quedo, muy quedamente, se queja de una pena muy pesada, muy aguda. Y me doy, pero como un mendrugo a un mendigo repulsivo. Tengo lástima. Después odio su satisfacción que me ha dejado fría y dura: insensible, aparte. 

1 de enero

Año nueva, vida nueva. ¿Cómo en mi ausencia no desgarró también este cuaderno? Entró a saco en todos mis muebles: mi escritorio, mi ropero; se apoderó de todos mis papeles. No encontró nada de lo que buscaba. Nada había que encontrar. El 15 de noviembre me trasladaron al hospital. Esa madrugada llamó, asustado, al médico. Con tal de no verlo otra vez me dejé llevar. No sabía que allá, en la clínica silenciosa y blanca, mi única visita sería él. Tuve una enfermera de pie que me veía llorar y, automática, me daba unas cucharadas que me hacían dormir pero que no podían impedirme despertar. Todo es menos doloroso con ese primer contacto con una realidad hundida en la inconsciencia bienhechora. Cómo quería envolverme más hondo con las sábanas del sueño, y cómo despertaba más de prisa rebotando contra la superficie de una vida hostil: los artistas del recuerdo. 

Sin fecha

He vuelto ya. Destrozada. Un instante me pareció que tenía norte, brújula, pero su dolor me dejó sin nada en las manos. Cómo le he hecho sufrir. Ha envejecido. Quiso que hablara con mi confesor. Después entró él, visiblemente emocionado, me tomó de la mano que no pesaba sobre la sábana blanca y me dijo: te perdono. No tuve ya sobresalto. Me he resignado aunque sigo llorando mucho. Él me dice un poco impaciente: ¿por qué lloras ahora, si ya te perdoné, si no ha pasado nada, si vamos a ser muy felices? Y yo procuro que no me vea llorando. Estoy resignada. 

Estoy embarazada. De esa tormenta me quedaba eso, un hijo. Sé que él me quiere infinitamente, aunque me cueste trabajo comprender su amor. Puedo hacerlo feliz. ¿No basta eso? Pensé alguna vez que el hijo sería un glorioso mensajero de dicha. Un hijo. Si al menos fuera solo mío. Pero es suyo también. Lo reclamará, le dará su nombre. Mi hijo me acompañará y cuando sea grande le diré: hijito, vámonos de aquí adonde yo pueda descansar. Tú ya eres fuerte y me puedes defender y cuando yo diga una cosa no permitirás que nadie dude de mí, ¿verdad que eres mi fuerza y mi alegría, que tú si entenderás cuando yo te explique?


Rosas , P. (2012). Óyeme con los ojos, de Sor Juana al siglo XXI. UANL.

La Lengua de Sor Juana es una revista bimestral del Centro de Posgrado y Estudios Sor Juana ©. Av. Las Palmas 4394, Las Palmas, 22106 Tijuana.